La lista podría ser eterna, pero escogemos estos y no otros porque juntos podrían constituir un menú –un tanto atípico- son humildes, democráticos, fáciles de encontrar en todas partes y, fundamentalmente, porque por la calidad de las cosas sencillas puede medirse el talento del cocinero y la virtud de la casa.
1.- Licor café: a lo que dice aquí Guillermo López sólo se puede añadir amén (y que si se opta por algo más suave hay que probar la crema de orujo). Además, ahora que el do it yourself ha vuelto por sus fueros y que mucha gente se anima a elaborar su propio pan en casa, tal vez sea el momento de homenajear a los alegres descerebrados que en los años 20 destilaban alcohol en sus bañeras preparando nuestro propio licor café. Hay muchas recetas a elegir, la elaboración es más sencilla que la del pan, y el resultado, que puede oscilar según la maña del preparador, entre el engrudo chapapotístito y el aguachirri caféamericanesco, garantiza unas catas que ponen de buen humor.
2.- Tortilla de patatas: a la hora de recomendar tortillas se generan agrios debates porque cada uno tiene debilidad por la de su casa y hay infinitas filias y fobias a la hora de degustarla (que si con o sin cebolla, que si poco hecha o muy hecha, gorda o fina…), algo sorprendente teniendo en cuenta que básicamente cuenta con dos ingredientes: huevos y patatas. De ahí precisamente que en Galicia se preparen algunas de las mejores tortillas, gracias a la innegable calidad de su materia prima. En cualquier lugar se encontrará un producto más que digno, pero tienen merecida fama las de Betanzos y las de La casa de las tortillas de Cacheiras (cerca de Santiago). Ojo, siempre con el huevo poco cuajado, como debe ser. Estamos dispuestos a discutirlo.
Cuanto menos hecha, mejor
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3.- Caldo: hay alimentos que tienen propiedades mágicas y este es uno de ellos. Recompone el cuerpo, conforta como un abrazo y a veces salva la vida de una muerte segura por resaca o resfriado. La quintaesencia del menú gallego es un platazo de cocido precedido de una taza de caldo, capaces incluso de hacernos desear que llegue un día lluvioso y frío para que nos apetezcan el doble.
Caldo gallego, el salvador de resacas y resfriados. Flickr Goodiesfirst
4.- Pan: ahora que no concebimos cómo es posible que alguna vez haya contado con mala prensa, conviene recordar que en Galicia nunca ha desaparecido el arte de hacer (buen) pan. Eso que en algunas ciudades llaman “pan gallego” para referirse a un producto más artesanal, allí es, a secas, pan. Hay que probar el de maíz o el de centeno y sobre todo disfrutar de esas enormes bollas de pan de Cea (Ourense), que tardan días en ponerse duras y con las que no podemos decidir si es más deliciosa la miga o la corteza.
No hay pan malo en Galicia. Corbis
5.- Filloas: a bote pronto se puede decir que “son como unas crepes”, pero la definición se queda corta. Finas o gruesas, las filloas son exquisitas de por sí y no necesitan acompañamientos extra sabrosos para ser disfrutables (aunque un poco de miel o azúcar nunca están de más). Su variedad más atávica y no aptar para remilgados, las filloas de sangre, son difíciles de encontrar en un restaurante; para probarlas hay que contar con la buena voluntad de alguien que nos invite a su casa en tiempo de la matanza del cerdo. Es una de esas recetas no sabemos si destinadas a desaparecer por alguna esperpéntica norma sanitaria o por el fin del mundo agrario que las creó, así que si hay alguna oportunidad de probarlas, hay que hacerlo sin dudarlo. Merece la pena.
Las de leche, para todos; las de sangre, para valientes.
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