Las Plazas más bonitas de Galicia

Porque la vida en los pueblos (y también en las ciudades) se hace en torno a las plazas, hacemos un pequeño homenaje a las más bonitas de Galicia.

El Obradoiro en Santiago:
Una noche de lluvia (en Santiago hay muchas noches así, no será difícil dar con una) hay que aposentarse bajo los soportales del ayuntamiento –el pazo de Raxoi- y contemplar la fachada de la catedral criando musgo bajo la lluvia. Silencio, piedra y agua y quién necesita más.

Plaza de María Pita en A Coruña:

La estatua de María Pita en el centro, conmemora a la coruñesa que clavó, sí, una pica, en el pecho de uno de los ingleses de Drake que venían a invadir la ciudad. Tras dedicar unos minutos a evocar la figura de esta mujer –o la del corsario Drake, cuya vida fue no poco interesante- puede compararse la imponente presencia del ayuntamiento, uno de los pocos edificios modernistas de Galicia, con la estructura de los demás edificios: arcos, balones y las galerías blancas emblemáticas de la ciudad. Para redondear la visita no está de más acercarse La Penela a tomar tortilla de patatas y ternera asada.

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Plaza de María Pita, un homenaje a la valentía. Corbis

Plaza de la Leña en Pontevedra:
La mejor perspectiva se consigue dentro del Museo de la ciudad, desde el balcón con balaustrada que comunica los edificios que lo componen; ese es el punto en el que guardar -en una memoria de silicio o en nuestra cabeza- la vista de los soportales, crucero y casitas con ventanucos de madera que conforman una de las plazas más armónicas y coquetuelas de Galicia. Los fans (que los hay) de la película “La lengua de las mariposas” la reconocerán como el escenario de la escena final en la que el niño persigue al maestro gritándole “¡tilonorrinco! ¡espiritrompa!”.

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Plaza de la Leña en Pontevedra. Corbis

Plaza de Fefiñáns en Cambados:
Grande, amplia y presidida por el Pazo del mismo nombre, pocas dudas hay sobre la mejor actividad a realizar aquí: tomar una copa de Alvariño mientras se decide cuáles de las numerosas bodegas se van a visitar.

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El Pazo de Fefináns da nombre a la plaza principal de Cambados. Flickr Xornal Certo

Plaza Mayor de Celanova:
La pequeña villa es uno de esos lugares con una raigambre literaria que aporta un plus de solera y encanto. Algunos de los poetas y escritores gallegos más famosos nacieron aquí y escribieron sobre el lugar. Para rendirles pleitesía y poner un poco de romanticismo a la visita se recomienda guarecerse a la sombra del Monasterio de San Salvador y leer, por ejemplo, un poema de Celso Emilio Ferreiro que comienza así: “Nacín (modestia fóra)/nun lugar onde o mundo/chámase Celanova”.

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Plaza Mayor de Celanova, el lugar perfecto para leer a Celso Emilio Ferreiro. Flickr Darío Álvarez

Plaza de España de Lugo:
Alameda, Ayuntamiento, Círculo de Bellas Artes, jardines con rosales… sí, es la vida burguesa de provincias la que asoma aquí en todo su esplendor. Hay que abandonarse a ella y emular a los vecinos dedicándose a esas actividades de toda la vida tan sencillas como placenteras: el vermut y el café. Y guardar siempre un hueco en el estómago, porque la abundancia de las tapas de Lugo debería tener fama mundial.

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La España de Lugo. Flickr Freecat

Plaza mayor de Ribadavia:
El precioso pueblo orensano es el lugar perfecto para trasladarse al medievo y especialmente para evocar la presencia hebrea en la región. Una visita al Centro de Información Xudía de Galicia, en esta plaza, es el paso previo a recorrer las estrechas calles de la judería, con sus sorpresas incluidas. Además, como los judíos fueron los principales impulsores de la comercialización del vino Ribeiro, procede tomar una –o más- copas en honor a su trabajo.

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Plaza Mayor de Ribadavia, la antesala de la judería, durante \’A Festa da Historia\’. Flickr Freecat

A Quintana en Santiago:
Si es año Xacobeo, la cola de peregrinos que aguardan para entrar por la puerta Santa ocupará la mitad de la plaza. Se puede optar entre unirse a ellos para completar el rito o simplemente sentarse en las escaleras, al pie de la casa de la parra, y contemplar, a la izquierda, la larga pared del convento de monjas de San Paio de Antealtares. Las ventanas enrejadas de la clausura mantienen la sensación de sobriedad pero había una de la que brotaban un montón de flores de colores. Toda una muda declaración de intenciones.

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