Ribadeo: del templo del pulpo a la catedral de las playas

Destino mítico de vacaciones gallego y entrada a Galicia del camino de Santiago del norte; tanto si vienes a pie, como si no, os proponemos una ruta de peregrinaje muy ‘pía’ por Ribadeo. No faltarán las fiestas patronales, las pequeñas capillitas con vistas, los “templos” gastronómicos de culto, ni, por supuesto, las Catedrales: en concreto, las que dan nombre a su célebre playa, para la que (muy a pesar de sus habitantes) ya no es novedad encabezar los ránkings de las más bellas de España.

Hoy es 21 de agosto: son las fiestas de los Cocos y cabezudos, que homenajean a San Roque y recorren las calles principales de Ribadeo a golpe de música, bailes, enormes muñecos y, por supuesto, delicias marinas.

Estamos en el centro de la villa, muy cerca del ‘templo’ más concurrido de la calle san Francisco, el Villaronta (Casa Villaronta, en realidad. San Francisco, 9), donde cada día, se congregan hordas de parroquianos, más que para redimirse, para pecar. De gula. La culpa la tiene su pulpo, que desde que abrió este pequeño local ha tenido fama de ser el mejor de Ribadeo. Sitios para comerlo muy rico hay varios, unas veces mejor, y otras peor, pero aquí nunca falla. Ese es su secreto. Los ribadenses lo saben. Y los visitantes mejor informados, también, por eso más vale ir a primera hora (antes de las 20:00) o a última (a partir de las 23:00) si no se quiere esperar unas colas enormes. Las raciones de pulpo a feira valen 10 euros (hay que pedir los cachelos aparte), aunque tampoco se pueden dejar de lado los calamares de rebozado fino y los pimientos de Padrón. De postre: quesos con membrillo y licor café.

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También con reminiscencias religiosas en su nombre y también famoso por su pulpo es el restaurante San Miguel, pero aquí el octópodo se sirve acompañado con almejas y patatas panadera.

Nuestro via crucis gastronómico nos conduce ahora a Rinlo, a siete kilómetros de Ribadeo, un pueblo diminuto y pintoresco con muchos siglos de historia donde apenas viven 150 personas en sus casitas funambulistas sobre acantilados. Un día fue puerto ballenero y conserva la segunda cofradía más antigua de España. Sus mariscos no tienen competidores: langostas, centollos, percebes y bogavantes, con los que se elabora el arroz (30 euros para dos; solo por encargo) que le ha hecho una referencia en la zona. Mientras llega el plato fuerte, se pueden engañar al hambre con sus deliciosos calamares. Eso sí, de nuevo, es importante adelantarse al resto de bien informados y reservar con tiempo.

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El faro de Ribadeo. Thinkstock

Hora del postre: el Monasterio de Santa Clara (siglo XIII) es la siguiente parada. Lo que aquí preparan la docena de monjas de clausura que lo habita no tiene competidor: milhojas con crema y (solo si se tiene enchufe), tarta de San Honoré, un dulce de origen francés hecho con profiteroles, almendra, crema de avellana, hojaldre, nata y caramelo o chocolate. Lamentablemente está cerrado en agosto; sin embargo, los golosos podrán aplacar sus ansias de azúcar en La Candelaria, una pastelería cuyo nombre alude a la patrona de Canarias, de donde es su propietaria. Su especialidad es un dulce doblemente pío, la tarta de Santiago en forma de viera, además de las ‘suelas de chocolate’, una especie de palmeras que, para bien o para mal, son irresistibles. También son típicos sus pastelones de bonito, una especie de empanadas de hojaldre.

El espíritu se alimenta en el mirador de Santa Cruz, junto a una capillita y con vistas de la ría de Ribadeo, o en el Mirador de la Atalaya, entre el puerto deportivo y el club náutico, un lugar estupendo, este último, para tomar una copita de vino al atardecer con las vistas de Castropol.

Toda ruta en Ribadeo debe terminar en el mismo lugar: la Playa de las catedrales. Los mayores la conocen como Augas Santas, como se llamaba cuando aún casi nadie se dejaba caer por allí, mucho antes de que salieran las fotos de Calvo Sotelo en el Hola, y la playa y el nombre de “Las catedrales” comenzaran a ganar popularidad. Corredores, acantilados y formaciones rocosas increíbles dibujan este monumento natural. Para visitarla, como las misas, hay que estar atentos a sus horarios, a sus mareas, para no perderse el paseo entre sus naves, sus arcos y sus capillitas de piedra. Seguramente en esta catedral haya más feligreses de los que esperabas encontrar, pero ya hace tiempo que este dejo de ser un lugar secreto. Y eso hay que pagarlo.

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